OPINIÓN

Juárez y Cárdenas demuestran que cuando hay presidente, hay pueblo y hay dignidad

De pronto se complicó la situación internacional. Debido a los amagos del presidente Trump de aumentar los aranceles hasta 25 por ciento en escalada mensual, nubarrones negros ensombrecieron el panorama de la relación de buena vecindad en que, en virtud de la guerra comercial con China, México es ya el primer cliente de Estados Unidos en el mundo. Después de varios días de negociación, el presidente se desistió de la amenaza. Parece ser que sus asesores le hicieron ver que ese 5 por ciento de alza de aranceles le ocasionarían pérdidas a EUA de 140 mil millones de dólares y medio millón de empleos. Abrigo la esperanza de que ocurra algo similar con el arancel al tomate, por el bien de mis amigos horticultores sinaloenses.

Acorralado por la no exoneración del fiscal Mueller en el caso rusiagate, y de su interminable pugna con la Cámara de Representantes, el presidente Trump optó, como recurso distractor, vapulear una vez más a su sparring favorito con sus tristemente célebres tuits que hacen caer la bolsa de valores y la paridad del peso. Ante lo cual, el presidente Andrés Manuel López Obrador se metió al ruedo con una larga carta y la convocatoria a una asamblea de unidad y dignidad nacional en Tijuana.

A propósito de estos aranceles fallidos, surgieron voces de que más nos valía aceptarlos resignados y sin chistar, olvidando las lecciones históricas de Juárez y Cárdenas que supieron enarbolar la causa sublime de la dignidad del pueblo mexicano.

Los mexicanos tenemos cuatro ases en la manga. A 25 años del TLCAN, hay una interdependencia económica tal entre los dos países, que lo que afecta a uno, de rebote perjudica al otro. A querer o no, ambos son como hermanos siameses.

Ciertamente hay una asimetría desproporcionada entre México y Estados Unidos, pero ya no somos sus puerquitos. Con un cabildeo inteligente (lobing) en diversos sectores de actividad económica, política y social norteamericanos, pulsando los resortes adecuados, el Gobierno mexicano puede voltearle el chirrión por el palito a Trump. La cuestión es sacudirse el sempiterno complejo de inferioridad malinchista en nuestras relaciones con el coloso del norte. Juárez y Cárdenas nos pusieron la muestra de cómo aprovechar al 100 las coyunturas favorables.

El presidente Benito Juárez, auxiliado por su hábil canciller Matías Romero, se las ingenió en su guerra de resistencia a la intervención francesa para aprovechar el hecho de que EUA tenía un presidente, Abraham Lincoln, con calidad humana y ética política.

A su vez, el presidente Lázaro Cárdenas tuvo la suerte insólita de que le tocara tratar con un embajador de EUA correcto y razonable, Josephus Daniels, quien en los azarosos tiempos de la expropiación petrolera fue un enlace inmejorable con el presidente Roosevelt, con quien Daniels tenía una confianza plena, porque cuando él fue secretario de Marina, el entonces joven Roosevelt fungió como subsecretario.

Fueron circunstancias históricas providenciales que hoy brillan por su ausencia. Hoy por hoy, lo que procede en la defensa de los intereses y la dignidad del pueblo mexicano es consolidar los lazos de amistad y cooperación con el grande y noble pueblo norteamericano. Sí, precisamente con el pueblo de los insignes próceres Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt, línea certera trazada en el discurso del sábado pasado en Tijuana por nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador.

 

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