OPINIÓN

¿Qué le debemos a los profes, el Día del Maestro?

Para mi jefa en su día, la maestra Artemisa.

La mayoría de todos nosotros hemos tenido la fortuna de haber ido a la escuela, desde luego reconociendo el rezago educativo de muchos otros que no han tenido este importante privilegio para su desarrollo. Sin embargo, quienes sí tuvimos la oportunidad de estudiar sabemos que la enseñanza de nuestros profes ha sido crucial en nuestras vidas y nos ha marcado con vivencias, anécdotas, conocimientos y amor a nuestros niños y jóvenes.

Las maestras y profesores de México han sido el verdadero contrapeso para mantener a flote a nuestro país en materia educativa, a pesar de décadas de gobernantes y “líderes sindicales” perversos e ignorantes, que han dejado marginada la educación en México y las condiciones que padecen nuestros maestros y alumnos. Los profes con sueldos indignantes y las escuelas en condiciones precarias, y en muchos casos, riesgosas en su infraestructura son solo parte de la gran deuda que tenemos como país con el magisterio, sumado a la falta de vivienda, pensión de jubilación digna y prestaciones insuficientes para su desarrollo. Algunas maestras viajan enormes distancias en condiciones de inseguridad para llegar a las más alejadas comunidades rurales, por citar solo un ejemplo.

A pesar de todos estos obstáculos, nos enseñaron a leer y escribir, aprendimos matemáticas y ciencias, pero también nos inculcaron, junto con nuestros padres y familia, valores imprescindibles para mejorar nuestra calidad de vida: valores como la honestidad, el estudio, el trabajo honrado y el respeto entre individuos como principio de paz. En casa tenemos esto muy claro desde niños, porque tenemos a varias maestras en la familia.

Yo soy hijo de la maestra Artemisa, mi madre daba clases donde terminé la primaria, en la escuela Jaime Torres Bodet, en el ejido Francisco Villa, Campo 1, en Los Mochis, Sinaloa. Doña Muñe, como le dicen ahora, era profesora de primer año de primaria con especialidad en educación especial, y realmente eran niñas y niños muy especiales, inteligentes, divertidos, muy ocurrentes y con una gran imaginación y deseos de aprobar el primer año para continuar con su educación primaria; ya que ellos estaban repitiendo el curso.

Esos años de enseñanza con mi madre, desde que ella me enseñó a leer y a escribir, y el haber sido testigo de su trabajo como profesora de educación especial me dejó muy claro el compromiso de los docentes, su cariño incansable a los niños y su paciencia, no solo para transmitir conocimientos, sino para educar con amor y calidad. Y asimismo, puedo hablarles del profe Rigo, el profe Tanis (q. e. p. d.), y mi director el profe Coronel, a quien le agradezco que me haya tratado como un alumno más, a pesar de ser hijo de una maestra, mis visitas a la dirección dan cuenta de ello (pero esa es otra historia); y desde luego mis maestras Amparito y Martha, de la escuela Miguel Hidalgo, en Los Mochis.

Estas líneas son apenas un humilde reconocimiento al valor del trabajo incansable de nuestros maestros, pero sobre todo espero que estas palabras sirvan para hacer reflexionar a los padres de familia de que el mejor amigo de nuestros hijos es su maestra, es su profesor. Si tienes hijos en la escuela, te invito a que les envíes un pequeño detalle a sus maestros, una naranja, un pedacito de pastel, una cartita, algo que les haga ver que sabemos lo mucho que hacen por nuestras niñas, niños y jóvenes.

El 15 de mayo se propuso por los constituyentes de 1917 como el Día del Maestro en nuestro país, festejándose por primera vez en 1918 por el presidente Carranza. Hoy, a poco mas de 100 años, tenemos nuevas reglas con la reforma educativa. Esperamos de corazón que sea el inicio de una nueva historia de mayor respeto y apoyo para quienes tanto les debemos, nuestros maestros. El futuro de México depende de ellos.

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