Como sucede cada que salta un tema nuevo, las redes sociales se encargaron el día de ayer de que rápidamente conociéramos del nuevo programa que se implementará en las escuelas de la Ciudad de México: “Uniforme Neutro”.
Debo decir que al conocer la noticia me hice cierto reproche personal porque entre los temas que tenía planeados desde hace semanas en mis colaboraciones estaba justamente el uso obligado de las faldas para las niñas en las escuelas, pero como sucede con frecuencia, se me impusieron los temas de coyuntura y se me fue quedando rezagado. Así que hoy, como tema de coyuntura que ahora si es, quiero abordarlo pero desde un contexto distinto, a partir de mi testimonio personal.
Siendo niña, no fueron pocas las veces que escuché decir a mi papá: los pantalones son para los hombres. A pesar de que en varias generaciones antes que la mía las mujeres ya utilizaban esta prenda, seguía siendo parte de los roles de género machistas fuertemente arraigados.
Hace apenas unos días, después de corregir a mi hija María Julia -de nueve años- por su forma de sentarse -traía puesto su uniforme escolar- tuvimos una larga conversación del porqué ya no debería ser obligatorio que las niñas usaran faldas en las escuelas. Ella misma razonaba que no podían jugar futbol en el receso y que era muy incómodo estar sentadas tantas horas en el salón de clase cuidando su postura.
Sus dos razones fueron tan lógicas como irrefutables. Le expliqué además que hace no mucho tiempo, el uso del pantalón estaba relacionado con ejercicio el poder, de ahí frases como “tiene los pantalones bien puestos”, o bien, por el contrario, la alusión a las faldas era para referir situaciones de debilidad y de cobardía: “se esconde tras las faldas de su mujer”. Con el empoderamiento de las mujeres y los avances que hemos tenido en materia de igualdad nos resultaba hasta absurdo que esta regla prevaleciera en la actualidad. Debo confesar que nunca pasó por nuestra cabeza la posibilidad de que en un cambio de roles, los niños pudiesen utilizar faldas, como se dijo ayer por parte de las autoridades en la Cd. de México. Pero no entraré a ese tema porque no es
mi interés polemizar.
El punto al que quiero llegar es al tema de la seguridad personal. Como el uso de faldas hace vulnerables a las niñas ante situaciones de acoso sexual y de bullying. Para ser más ilustrativa puedo decir que una escena recurrente en primaria era ver como le levantaban las faldas a las niñas con el propósito de burlarse o de ofenderlas. En secundaria, muchas sufrieron el acoso de compañeros que, colocándose un espejo entre las agujetas de los zapatos, intentaban discretamente colocar su pie junto a los nuestros tratando de ver debajo de la falda. En preparatoria se ponía peor, me tocó ser testigo de las miradas lascivas que un maestro lanzaba a una de mis compañeras. En cada clase, él siempre estaba atento esperando un descuido en la postura, una cruzada de piernas o que se relajara un poco para ver más de lo debido. Entre varias compañeras tomamos medidas para cubrirla de modo que no quedara expuesta, aunque claro, lo que ahora hemos aprendido y es lo que intento enseñarle a mi hija, es que esas acciones deben denunciarse de inmediato. Sobra decir el estrés que provocaba en todas cada vez que tocaba esa clase. Estos casos que me tocó presenciar son seguramente insignificantes frente a los de abuso sexual y violación que se presentan con más frecuencia de la que nadie quisiera, pero si nos dan referencias prácticas para entender porque las faldas deben dejar de ser una condena para las niñas. Es necesario que tomemos este tema con seriedad. Es cierto que las autoridades educativas son las obligadas a generar ambientes libres de discriminación, acoso y violencia dentro de las escuelas, pero como sociedad nos toca reflexionar, hacer a un lado nuestros propios demonios, los prejuicios, los dogmas que nos impiden avanzar hacia una sociedad mas igualitaria y libre de discriminación. Debemos tener presente que es la vida, la seguridad y la libertad de nuestras niñas la que está en juego.
