Sobre las ruinas de Siria nace un nuevo orden internacional
PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- La frágil tregua que comenzó a regir anoche en Siria significa algo más que la “ausencia de guerra”, como decía el politólogo francés Raymond Aron. El alto al fuego provisorio impuesto por Rusia y Turquía al régimen de Bachar el Assad y a todos los grupos rebeldes, con excepción de los yihadistas del Estado Islámico (EI), es acaso el preludio de un proceso de negociaciones que puede poner término a una guerra de dos mil 119 días que provocó entre 350 mil y 400 mil muertos, 1.9 millones de heridos y 12 millones de refugiados o desplazados.
El verdadero alcance de ese cese de hostilidades es que sacraliza un nuevo orden internacional impuesto —por primera vez en la historia— por Rusia, una potencia que todavía no desplegó todas sus ambiciones imperiales. Esa transformación radical de los equilibrios de fuerza entre las grandes potencias es el mayor éxito geopolítico logrado por el presidente Vladimir Putin desde su llegada al poder, como primer ministro, en 1999.
En un fulgurante desplazamiento de piezas sobre el tablero estratégico de Oriente Medio, el líder del Kremlin supo aprovechar el estupor que creó la caída de Alepo —que durante cinco años y medio simbolizó la resistencia a Bachar el Assad— y capitalizar el vacío de poder creado en Occidente por el traspaso de poder en Estados Unidos y Francia, la desazón de Theresa May con las consecuencias del Brexit (salida británica de la Unión Europea) y los suplicios electorales de la canciller alemana Angela Merkel.
El orden internacional vigente hasta ahora había sido proclamado por George Bush senior en 1991 al final de la guerra fría y reafirmado con arrogancia por su hijo George W. Bush en 2003, después de la caída del dictador Saddam Hussein en Irak. Creada por Woodrow Wilson en 1919, la expresión nuevo orden internacional aludía tanto a la victoria de Estados Unidos en la guerra fría como a la supremacía que pensaba imponer Bush al mundo árabe y al resto de Oriente Medio. Después de 27 años de aventuras militares y desaciertos estratégicos, esa fantasía terminó sepultada bajo las ruinas de la guerra civil siria.
El nuevo orden internacional putinista es el resultado de la negociación iniciada con la conferencia celebrada el 20 de diciembre en Moscú por Rusia, Turquía e Irán. El acuerdo forjado ese día por la troika impone un virtual protectorado tripartito a Siria, coloca a Assad en la humillante situación de vasallo del Kremlin y —lo que es mucho más trascendente desde el punto de vista geopolítico— consagra la pérdida de Oriente Medio para Estados Unidos, como anticipó El Sol de México en su edición del 22 de diciembre. Accesoriamente, también descartó de la región a la Unión Europea (UE).
En ese sentido, la pax putinista marca un regreso al status quo ante en relación a la situación que prevalecía hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Más concretamente, se trata de un salto hacia atrás en la historia que marca la extinción del acuerdo Sykes-Picot de 1916 que permitió a Gran Bretaña y Francia repartirse los restos del imperio otomano. Rusia, que se retiró de esas negociaciones después de la revolución comunista de octubre, se condenó a ocupar una platea de espectador en la historia de Oriente Medio del último siglo.
Cien años después de la capitulación de Mehmed V, el neo-sultán Recep Tayyip Erdogan se cobró la deuda pendiente desde la caída del imperio en 1923.
Gracias a su alianza con el régimen de Ankara —que regresa al tablero de Oriente Medio como un actor mayor—, Putin obtiene un aval sunita y tiene una clara posibilidad de introducir una cuña en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Turquía, segunda fuerza militar del Pacto Atlántico, no podrá mantener durante mucho tiempo la ficción de ser el socio principal del Kremlin y permanecer dentro de la OTAN como aliado mayor de una potencia en declive en Oriente Medio. Por lo demás, Erdogan aspira a jugar un papel clave en el resto del mundo árabe, otro vestigio del imperio otomano que el neo-sultán considera como una zona de influencia natural y mercado no desdeñable para desarrollar el potencial económico turco. Para llegar a esa posición clave, Erdogan no vaciló en cambiar varias veces de opinión —sobre todo en relación a Assad—, jugar en todos los tableros al mismo tiempo y traicionar a sus aliados del pasado para negociar su lugar en el presente. En cuanto al futuro, Alá dirá…
El otro jugador que no parece resignarse a permanecer inactivo es Irán, que tuvo un papel determinante en asegurar la supervivencia de Bachar el Assad hasta que llegaron los refuerzos rusos, a fines de 2015. Después de haber movilizado a la élite de los pasdaran (Guardianes de la Revolución), financiado al gobierno de Damasco y armado a las 40 milicias chiitas que participan en la guerra civil —encabezadas por el Hezbolá—, el régimen de los ayatolás mira con extremo recelo el acercamiento entre Rusia y Turquía.
Irán también exigió la exclusión de Arabia Saudita, su rival sunita y adversario regional con el que vive desde hace años al borde de la guerra.
El final de la partida se jugará entonces con nuevos actores que, hasta ahora, parecían “pequeños países”, como le dijo recientemente Barack Obama a Rusia. Las “grandes potencias”, en cambio, probablemente quedaron condenadas a observar como simple espectadores el nuevo orden internacional impuesto por Putin.
Con información de www.elsoldemexico.com.mx