OPINIÓN

SANTA MONICA: El poder de la oración y la vida congruente

 

El pasado 27 de agosto de celebraba el día de Santa Mónica. Magnífica oportunidad para recordar dos grandes ejemplos de esta santa que hoy siguen vigentes: como  esposa y como madre. Veamos:

 

Mónica nació en Tagaste, al norte de Africa el año 387 de nuestra era y como se acostumbraba en aquel tiempo sus padres dispusieron  que se casara  con un hombre llamado Patricio, muy trabajador, pero de muy mal genio, además mujeriego, jugador y pagano, que no tenía gusto alguno por lo espiritual. Mónica era cristiana.

 

Tuvieron tres hijos : dos varones y una mujer. Los dos menores fueron su alegría y consuelo, pero el mayor Agustín, la hizo sufrir por varias décadas.

 

El carácter violento y defectos de Patricio fueron una dura prueba para Mónica. A las acciones de violencia de su marido respondía con prudencia y buen trato, como a ella le gustaría ser tratada. Sus oraciones y la congruencia de su vida lograrán después de 30 años la conversión de Patricio.

 

Cuando las demás esposas le preguntaban a Mónica porqué su esposo siendo e uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad,  nunca la golpeaba, y en cambio los esposos de ellas las golpeaban sin compasión. Mónica les respondió:

 

Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio.

 

Cuando él grita, yo me callo o trato de hablar con toda tranquilidad.

 

Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto entrar en pelea, pues….no peleamos».

 

 

Patricio no era católico, y aunque criticaba el mucho rezar de su esposa y su generosidad tan grande hacia los pobres, nunca se opuso a que dedicará de su tiempo a estos buenos oficios. Sin duda la oración y el ejemplo de vida de su esposa lograron su conversión.

 

Mónica rezaba y ofrecía sacrificios por su esposo y al fin alcanzaron de Dios la gracia de que en el año de 371 Patricio se hiciera bautizar. Un año después de su bautizo, Patricio murió.

 

Viuda y con un hijo rebelde

 

Agustín era extraordinariamente inteligente, y por eso decidieron enviarle a la capital del estado, a Cartago, a estudiar filosofía, literatura y oratoria. Nada le importaba la vida espiritual.

 

Cuando murió su padre tenía 17 años, sufrió una enfermedad y ante el temor de la muerte se propuso hacerse católico, pero una vez pasado el peligro, adoptó otras creencias y llevó una vida desordenada.

 

Mónica era una madre con carácter: le seguía de cerca, le aconsejaba, le daba los mejores ejemplos, oraba por él y también le exigía, incluso lo corrió de su casa.

 

En cierta ocasión Mónica contó a un Obispo que llevaba años y años rezando, ofreciendo sacrificios y haciendo rezar a sacerdotes y amigos por la conversión de Agustín. El obispo le respondió: «Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas«. Esta admirable respuesta le daban consuelo y llenaban de esperanza, a pesar de que Agustín no daba la más mínima señal de arrepentimiento.

 

El hijo se fuga, y la madre va tras de él.

 

A los 29 años, Agustín decide irse a Roma a dar clases. Ya era todo un maestro. Mónica se decide a seguirle para intentar alejarlo de las malas influencias pero Agustín al llegar al puerto de embarque, su hijo por medio de un engaño se embarca sin ella y se va a Roma sin ella. Pero Mónica, no dejándose derrotar tan fácilmente toma otro barco y va tras de él.

 

Un personaje influyente.

 

Mónica busca ayuda y en Milán conoce al santo más famoso de la época en Italia, el célebre  Ambrosio, Arzobispo de la ciudad. En él encontró un verdadero padre, lleno de bondad y sabiduría que le impartió sabios consejos. El arzobispo Ambrosio tuvo un gran impacto sobre Agustín, a quien atrajo inicialmente por su gran conocimiento y poderosa personalidad. Poco a poco comenzó a operarse un cambio notable en Agustín quien escuchaba con gran atención y respeto a San Ambrosio.  Desarrolló por él un profundo cariño y abrió finalmente su mente y corazón a las verdades de la fe católica.

 

La conversión tan esperada.

 

En el año 387, ocurrió la conversión de Agustín, se hizo instruir en la religión y en la fiesta de Pascua de Resurrección de ese año se hizo bautizar.

 

Puede morir tranquila.

 

Agustín, ya convertido, dispuso volver con su madre y su hermano, a su tierra, en África, y se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había conseguido todo lo que anhelaba es esta vida, que era ver la conversión de su hijo. Ya podía morir tranquila. Y sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, mientras madre e hijo admiraban el cielo estrellado y platicaban sobre las alegrías venideras cuando llegaran al cielo, Mónica exclamó entusiasmada: » ¿ Y a mí que más me amarra a la tierra? Ya he obtenido de Dios mi gran deseo, el verte cristiano.» Poco después le invadió una fiebre, que en pocos días se agravó y le ocasionaron la muerte. Murió a los 55 años de edad del año 387.

 

A lo largo de los siglos, miles han encomendado a Santa Mónica a sus familiares más queridos y han conseguido conversiones admirables.

 

La oración y una vida congruente de sus padres son el fundamento que requieren nuestros hijos para enmendar el camino.

 

 

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