Planes geopolíticos de Putin y Erdogan se complican
París, Francia. (OEM-Informex).- El asesinato del embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, aparece como una operación minuciosamente calculada para dinamitar tres ejes clave de la reciente reorientación política adoptada por el presidente Recep Tayyip Erdogan: sus relaciones con Moscú, la nueva estrategia contra los grupos yihadistas que participan en la guerra civil siria y la triple alianza ruso-turco-iraní que aspira a crear un nuevo equilibrio geopolítico regional.
El diplomático fue abatido en Ankara de varios disparos por la espalda efectuados por un policía de civil mientras gritaba en turco “Somos los que juramos fidelidad a Mahoma para hacer el yihad hasta nuestro último suspiro”. Luego agregó: “¡No olviden Alepo! ¡No olviden a Siria! Mientras que sus habitantes no se encuentren en seguridad, usted tampoco podrán vivir tranquilos”. Tras un segundo de silencio agregó, en árabe, la fórmula ritual del Corán que suelen proclamar los islamistas de todas las tendencias: “Allahu Akbar” (Dios es grande).
El atacante resultó ser un policía de civil de la brigada antimotines, identificado como Mevlut Mert Altintas, de 22 años, nacido en el distrito de Söke, en la provincia de Aydin en el oeste de Turquía, según informó el ministro del Interior, Suleyman Soylu.
El autor de los disparos consiguió pasar los controles gracias a su credencial de policía, pretendiendo ser el guardaespaldas del diplomático.
Fuerzas especiales de policía rodearon el edificio y mataron al atacante.
El cerebro que planeó el asesinato de Karlov sabía perfectamente el alcance político que tenían esos disparos efectuados por un presunto islamista.
El blanco no fue elegido al azar: Karlov había sido el principal artífice de la reconciliación entre Rusia y Turquía y –sobre todo– estaba considerado como el arquitecto de la gran alianza militar que permitió la caída de Alepo y ahora planificaba los nuevos equilibrios regionales con los otros vencedores de la guerra.
El crimen se produjo 24 horas antes de una reunión prevista para hoy (martes) en Moscú entre los cancilleres de Rusia, Turquía e Irán, que precisamente debía examinar la situación en Siria y particularmente en Alepo. Esos tres países son los artífices de la resurrección política del líder sirio Bashar el Assad y del nuevo orden geopolítico que se perfila en Oriente Medio aprovechando el vacío de poder que está dejando Estados Unidos (ver El Sol de México de ayer).
Como un símbolo elocuente de la importancia que tenía la eliminación de Karlov, después del atentado Erdogan se comunicó inmediatamente con Putin por la línea directa inaugurada entre ambos presidentes hace dos meses.
Sentado junto al canciller Serguei Lavrov, y los directores del Servicio Federal de Seguridad (FSB), Alexander Bortnikov, y del Servicio de Inteligencia Exterior, Sergei Naryshkin, Putin declaró por televisión que el ataque era “una provocación” destinada a torpedear las relaciones bilaterales entre Rusia y Turquía. El objetivo del ataque, precisó, era “perturbar” el proceso de paz en Siria y los esfuerzos que realizan Rusia, Turquía, Irán y otros países para “poner término a la guerra civil”.
“Van a obtener una única respuesta: la intensificación de nuestra lucha contra el terrorismo”, prometió.
Ni Putin ni Erdogan están dispuestos a dejarse arrastrar a un nuevo distanciamiento capaz de poner en peligro sus respectivas ambiciones regionales.
Después de haber aplastado toda forma de oposición política en el país tras el fracaso del intento de golpe del 15 de agosto último, Erdogan desplegó enormes esfuerzos para reparar los vínculos con Moscú, deteriorados desde el incidente aéreo del 25 de noviembre de 2015, cuando dos F-16 turcos derribaron un Sukhoi 24 (SU-24) en la frontera con Siria.
La nueva alianza quedó sellada en agosto, 10 días después del golpe militar, con el viaje de Erdogan a San Petersburgo y luego con la visita de Vladimir Putin a Ankara en octubre. Esos encuentros, tuvieron una crucial importancia geopolítica porque permitieron al líder ruso presentarse como un sólido amigo del presidente turco y ubicarse como alternativa a Estados Unidos.
Sin recibir un solo llamado telefónico de la Casa Blanca durante varios días, Erdogan interpretó ese silencio como un signo de la complicidad de Washington con los putschistas y, en particular, con el hombre acusado de haber organizado la conspiración: Fethullah Gulen, líder de la confraternidad conocida como Hizmet (“el Servicio”), que el gobierno turco prefiere definir como Organización Gulenista de Terror (FETO), vive desde 1999 exiliado en Pennsylvania (Estados Unidos).
Otro objetivo del ataque de anoche fue, posiblemente, castigar a Erdogan por la abrupta reorientación de su política con los movimientos yihadistas en Siria.
Su alianza con el Kremlin se hizo al precio del abandono de la ayuda que Turquía había aportado desde el comienzo del conflicto al grupo Estado Islámico (EI). Esa estrategia fue modificada en agosto último con el lanzamiento de la Operación Escudo del Éufrates, destinada a expulsar a los yihadistas de la frontera turco-siria para poder reprimir tranquilamente a los movimientos kurdos. Tanto los extremistas del PKK como los moderados del YPG participan en el conflicto con la esperanza de instalar un territorio autónomo a caballo entre Siria e Irak, esperando el momento de ampliarlo a Turquía y proclamar una república independiente.
Sin llegar a reconciliarse, Erdogan también abandonó el encono que mantenía desde hace años contra el líder sirio Bashar el Assad.
En ese confuso contexto, el analista ruso Orkham Ddhemal atribuyó el ataque de anoche al frente Al Nusra, que se convirtió en la nueva bestia negra del Kremlin. Ese movimiento, que en julio último fue rebautizado Jabhat Fatah al-Sham, aglomera unos 15 mil combatientes de 21 grupos. A pesar de las ambiguas declaraciones de ruptura con Al Qaida, los servicios rusos de inteligencia están persuadidos de que mantiene intacta su fidelidad a Ayman al Zawahiri, que los alienta a proclamar un emirato islámico en el norte de Siria.
En octubre, el líder de Jabhat Fatah al-Sham acusó a Rusia de “concentrar sus bombardeos contra sus posiciones” y “evitar atacar al EI”. “No hay otra opción que endurecer el combate. Si el Ejército ruso asesina a nuestros soldados y nuestra población, maten a los suyos. ¡Ojo por ojo!”, prometió Abu Mohammed Al-Yulani.
Cualquiera sea el que armó la mano del asesino -por provocación o por venganza política- consiguió un resultado que acaso no buscaba: darle un pretexto a Erdogan para justificar una nueva ola de represión en Turquía y, al mismo, reforzar la triple alianza ruso-turco-irania que ambiciona consolidar su influencia en Siria y crear un nuevo equilibrio geopolítico regional.
Con información de www.elsoldemexico.com.mx