OPINIÓN

La aprobación popular de un gobernante se refrenda o se evapora

La popularidad de un gobernante no es de una vez y para siempre. Tiene que refrendarse todos los días del año por medio de una máxima congruencia entre sus palabras y sus hechos, y además debe ser rigurosamente vigilante de que sus decisiones, discursos y declaraciones no lastimen la sensibilidad de sus gobernados. También, por supuesto, deben impedir que sus familiares y amigos cometan atropellos o abusos aprovechándose de su cercanía con el depositario del poder.

Estas obvias reflexiones vienen a colación por la carta-memorándum del presidente Andrés Manuel López Obrador en que se deslinda de manera categórica de posibles tráficos de influencias o negocios por parte de personas consanguíneas o amigas.

En dicha carta, el presidente AMLO recalca: “Todos estamos obligados a honrar nuestra palabra y cumplir el compromiso de no mentir, no robar y no traicionar la confianza de los mexicanos”  Y puntualiza: “ … la instrucción clara y precisa de no permitir, bajo ninguna circunstancia, la corrupción, el influyentismo, el amiguismo, el nepotismo, ninguna de estas lacras políticas del antiguo régimen”.

Estos lineamientos de observancia estrictamente obligatoria para quienes aspiren a figurar como funcionarios de la cuarta transformación, en vista del nivel de conciencia política asumida el primero de julio por el pueblo, ocasiona que quienes pretendan simular y dar gato por liebre se les revierta inmediatamente como búmeran debido a la rapidez instantánea de la información audiovisual de la redes sociales, que se han convertido en un aliado formidable o un enemigo temible a la hora de hacer proselitismo electoral o, bien, de conseguir consensos a favor de determinadas líneas de acción política gubernamental. Ya no hay lugar para medias tintas y aguas tibias: con los progresistas o con los conservadores. Se bifurcan los caminos, y que conste que eso no es polarización, es simplemente definición, alineación, es cerrar filas a favor del pueblo.

En esta nueva era que apenas comienza, la clave para llegar al ánimo de la gente es un mensaje que motive, una narrativa verosímil, convincente, capaz de movilizar la voluntad popular. Con el cambio de régimen, que implica una verdadera transición, no una simple alternancia, la mercadotecnia (marketing) electrónica y cibernética ya no es lo que era antes en que una televisora se dio el gusto de ponernos presidente, con todo y esposa postiza.

El que va a paso redoblado y con la mirada fija en el horizonte es el presidente Andrés Manuel López Obrador, refrendando día a día el apoyo popular que se ha ganado a pulso. Durante sus conferencias mañaneras mantiene viva la llama de sus grandes proyectos de obras (aeropuerto, refinería, tren, etc.) y de sus políticas públicas de bienestar social. No necesita los spots machacones que atosigaban a televidentes y radioescuchas en los sexenios anteriores.

En momentos intrincados como el que hoy vivimos, los mexicanos sacamos la casta, porque tenemos un indomable espíritu guerrero, la historia patria da testimonio de ello. El pueblo mexicano sabe sacar de sus entrañas la fuerza que lo redime y lo salva. También posee la sabiduría de elegir al líder que ha de conducirlo, y sin reservas le entrega su confianza. Así pasó con Juárez, con Madero y con Cárdenas. Ahora le toca hacer historia junto con López Obrador.

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