EL MUNDO

Crisis de Siria revela los límites políticos de Europa

PARIS, Francia. (OEM-Informex).- Una leyenda asegura que en 1970, para demostrar claramente su escepticismo sobre la Unión Europea (UE), el entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger fingió interesarse en tomar contacto con algún interlocutor válido: “¿Cuál es el número de Europa?”, dijo desafiando a sus colaboradores.

Esa boutade, tenazmente desmentida por el propio Kissinger, reaparece cada vez que Europa se revela impotente de intervenir eficazmente en un conflicto internacional. En los últimos días volvió a surgir a propósito del escaso efecto que tuvieron los esfuerzos diplomáticos desplegados para detener los despiadados bombardeos en Alepo e imponer una tregua. Ese fracaso confirmó, una vez más, la incapacidad crónica de Europa para ejercer una influencia diplomática significativa en una crisis internacional, cuando una gran potencia rehúsa considerarla como un actor clave de la solución.

En este caso es Rusia quien se niega a escuchar los clamores lanzados por la cumbre reunida en Bruselas. Finalmente, los 28 jefes de Estado y de gobierno de la zona económica más opulenta del planeta tuvieron que resignarse a aprobar una declaración que reclama poder ayudar a la población y asegurar la evacuación de los habitantes bajo control de la ONU. Al mismo tiempo presentaron un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad, exigiendo una ayuda “inmediata e incondicional” a los habitantes que permanezcan en la ciudad y una protección para los hospitales y el personal médico en todo el país. Ese texto estaba desde el principio condenado a ser vetado por Moscú. “No imagino que Moscú pueda ser capaz” de vetar una resolución humanitaria”, fingió ilusionarse el presidente francés François Hollande. “¿Cuál será su responsabilidad si decide vetar cuando se trata de hacer cesar los combates y salvar a la población?”, agregó con indignación.

De paso por Bruselas para asistir a una cumbre del Partido Popular Europeo (conservador), François Fillon, candidato de la derecha a la elección presidencial francesa de 2017, reconoció la triste impotencia de la UE: “Estamos condenados a constatar el fracaso de la diplomacia occidental y singularmente de la diplomacia europea. Es necesario indignarse, pero la cólera jamás salvó una sola vida humana”, declaró.

Ese ejercicio de realpolitik, sin embargo, quedó sepultado por su angelismo de pretender “sentar en torno de la mesa a todas las personas que pueden detener el conflicto […] incluyendo a los que hoy cometen crímenes”.

La impotencia europea quedó en evidencia cuando la cumbre no logró el consenso necesario para aprobar un programa de sanciones contra el Kremlin por su política en Siria. “Es una de las posibilidad que estamos estudiando”, dijo Hollande sin ruborizarse.

“No somos tan eficaces como quisiéramos ser”, reconoció por su parte el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.

En cambio, la UE decidió prolongar por seis meses las sanciones diplomáticas, económicas y militares decididas en julio de 2014 en represalia por la anexión rusa de Crimea y la ayuda a los separatistas rusófonos del Donbass, en el este de Ucrania. Pero esa extensión recién será oficializada en los próximos días.

El origen de ese fenómeno hay que rastrearlo probablemente en las enormes dificultades que existen desde hace 30 años para darle una dimensión político-diplomática y militar al proyecto europeo.

El Tratado de Maastricht de 1992 buscó promover una solución con la definición de una política de seguridad y defensa común (PESD). Pero la oposición británica, que siempre consideró a la PESD como posible rival de la OTAN, impidió concretar el proyecto. La situación se desbloqueó en forma progresiva a partir de 1999 a medida que se creó una fuerza de intervención rápida de 60 mil hombres, se adoptaron las estructuras políticas y militares de la capacidad militar operacional y se definieron los criterios de gestión de crisis.

La primera experiencia fue la participación de una misión de policía en la crisis de Bosnia-Herzegovina en 2003, y luego en Macedonia. Esos despliegues no encontraron mayor resistencia porque en esa época Rusia estaba sumergida en la profunda crisis económica y existencial, derivada de la desintegración de la URSS. Pero ahora, con un país recuperado y un líder dispuesto a convertirse en actor global de primera línea, la política de defensa europea es, en la práctica, incapaz de sobreponerse a un veto de Putin en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Ahora, paralizada por las consecuencias de la crisis de la zona euro que se arrastra desde 2010, la ola de migrantes y refugiados que llegó en los últimos dos años y las consecuencias del Brexit (salida británica de la UE), los 28 parecen encontrarse en estado catatónico. Superar esa impotencia que le impide avanzar e incluso retroceder, exige un esfuerzo de imaginación, un sacrificio económico y un coraje político que, tal vez, Europa ha dejado de tener, en todo caso por el momento.

Con información de www.elsoldemexico.com.mx

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