CULIACÁN

Boleros se resisten a perder su brillo

En estos tiempos traer puestos unos zapatos limpios y en línea pareciera que no es una prioridad. Ahora, la mayoría de los hombres y algunas mujeres prefieren usar calzado deportivo o cualquiera otro que no necesite ser lustrado.

Las nuevas preferencias en calzado le han quitado brillo a uno de los oficios, que desde hace tiempo ocupa un lugar en la cultura mexicana, los limpiabotas, como les decían en los años treinta, o boleros, como hoy son reconocidos por las nuevas generaciones.

Según los relatos, en la época de los 40, los ‘boleros’ vivieron su apogeo. En esos años, quien portaba los zapatos con el mejor brillo resultaban ser los grandes conquistadores; ahora, pareciera que son quienes visten las mejores marcas.

En medio de esta opacidad algunos boleros, como Jorge Armando Cano Molina o el ‘Hermano’ como le llaman sus amigos, se han empeñado en mantener este oficio vigente.

Sentado en una silla a un costado de La Catedral, el ‘Hermano’ pasa en promedio 12 horas de lunes a sábado, y de vez en cuanto los domingos.

Con los dedos manchados de pintura para zapatos, unas gafas negras y una vestimenta gastada, este hombre cuenta que desde los 11 años aprendió una técnica especial para el boleado, misma que desde hace más de 30 años realiza para mantener a su familia y sacar para los frijoles  de la olla.

“Ha bajado mucho, porque ahí en el MIA (Modular Inés Arredondo) era el cine Reforma, y toda la gente que venía al cine se boleaba; ahí donde está el edifico de la Lonja era Hacienda y toda la gente que trabajaba o que venía a negocio venía y se boleaba, todos los que venían a algún negocio; por la crisis mucha gente opta por no bolearse como antes, pero sí cae para los puros frijolitos de la olla, con un pedazo de cabrería. Ahí humildemente, pero ni modo”.

Además, de lidiar con la baja demanda de este servicio, Jorge Armando se enfrenta a la competencia de sus compañeros de oficio. Él es consciente de que tiene que ofrecer un trabajo de calidad y de que tiene que ser lo más honesto que se pueda, ya que de esto depende la permanencia de sus clientes, más de quienes dejan la denomina ‘prueba de fuego’, dinero o cualquier pertenencia de valor adentro de los zapatos, o bien de los que imponen el reto con calzado de piel exótica.

“Uno tiene que hacer clientes a diario, porque algunos clientes se mueren o se van a otra ciudad, o lo cambian a uno por otro bolero; aparentemente ser bolero que es fácil, pero es muy cansado. Yo he tenido que bolear de todo, hasta (zapatos) de piel de sapo y de menudo”.

Mientras cepillaba un par de zapatos cafés, este hombre de 43 años asegura que ante su necesidad y el puro gusto desde que se inició no ha tomado vacaciones. De hacerlo el ‘cochinito’ dejaría de sonar, y junto con ello el estrés y la mortificación empezarían a reinar en su vida.

“Me hice adicto al trabajo, yo nunca me he drogado, no sé qué es la droga ni la cerveza, pero me hice adicto al trabajo; si no trabajo me siento muy incómodo, tengo que estar trabajando para sentirme contento, porque uno a diario comer y uno a diario tiene ganar y si no estoy trabajando, pues me mortifico, porque no entra dinero al cochinito”.

Como Jorge Armando o el ‘Hermano’, como guste decirle, al menos otros 10 boleros están postrados a los alrededores de la Catedral a la espera de que alguien llegue para que les haga lucir sus zapatos como nuevos por tan sólo 20 pesos.

Tome en cuenta que recurrir a ellos, tal vez en estos tiempos, no lo vuelvan en un conquistador, pero sí lo harán lucir un caminado con elegancia, brillo y estilo.

Cristina Medina

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