REPORTE ESPECIAL

El «güero del vocho que sueña con cruzar México

Todo comenzó en 2012, cuando el holandés Dirk Lotgerink llegó a Guanajuato a estudiar su maestría en Letras Hispánicas. Desde ese momento se enamoró de México y planteó su sueño: viajar y conocerlo, platicar con su gente, escuchar qué es lo que los mueve, y plasmar todo lo bonito del país en un libro.

Hoy, con 10 mil kilómetros recorridos en su vocho rojo, con sus shorts, su playera y una gorra que dice “no soy gringo”, Dirk no es para nada un turista más; es una persona más que usa las expresiones “a huevo” y “wey”, pide cerveza mientras es entrevistado, hizo la tesis de su maestría sobre la evolución de los corridos, ha escuchado toda la discografía de Joan Sebastian y gusta de leer los libros de Elmer Mendoza.

Su amor por el país empezó desde el primer momento que llegó a México, cuando, a pesar de perder sus maletas en la aerolínea, la gente se mostró dispuesta a ayudarlo; incluso un sacerdote lo llevó a Guanajuato, un raite que terminó al darle la primera bendición católica que él había recibido en su vida.

 

Esto es solo una probada de lo que él mismo describe como “una hospitalidad única de los mexicanos, una magia que no ha encontrado en otra parte del mundo y que merece ser patrimonio mundial de la humanidad”.

Fue así como en aquel 2012 nació su sueño de recorrer desde Tijuana hasta Cancún en un vocho, porque es un carro que se ve en todas las ciudades del país, el primer auto de muchos y en el que aprendieron a manejar de muchos otros.

Tras conseguir algunos patrocinios este sueño se vio hecho realidad uno de los últimos días de agosto de 2017, cuando volvió a la Ciudad de México y compró el auto que buscaba: un vocho rojo.

Pero su ruta se vio un poco desviada; comenzó en la Ciudad de México; viajó a Chihuahua; regresó a León, Guanajuato; posteriormente fue a Michoacán y finalmente se dirigió a Tijuana.

Todo ha sido como el mismo “güero del vocho” lo describe: improvisado a lo mexicano.

 

La cama en la que pasa la noche es cualquiera que le ofrezca una persona de la ciudad en la que esté, y cuando no hay dónde, su propio carro lo es; sus rutas son por donde le dice la gente que se vaya; y su comida es la que le ofrezcan.

La seguridad no es uno de sus temores, porque confía en que ni la policía ni los delincuentes le harán algo a una persona que está cruzando un país con el dinero contado y en un carro antigüo, sin embargo, toma sus precauciones: viaja solo de día y evita las carreteras que los lugareños le dicen son “peligrosas”.

“Soy tonto, pero no pendejo”, dice Dirk.

Dirk no va ni a medio camino y no deja de aplaudir el trato que le han dado en México, un país donde incluso al salir a la tienda de la esquina a comprar un periódico se puede tener una buena charla con los vecinos o con el tendero, personas que en pocas horas se pueden convertir en nuevos amigos que pareciera conoce de toda la vida, como aquellos policías que en Cataviña, Baja California, le abrieron un almacén y le prestaron la camilla de una ambulancia para que durmiera al no encontrar hotel barato dónde pasar la noche.

A pesar de que en este país hay hechos lamentables a diario, sucesos dignos de la frase “esto solo pasa en México”, la historia que cuenta Dirk de su viaje es un ejemplo que muestra que también hay mucha más gente buena que hacen que cada día haya una experiencia que valga la pena vivir.

Con información de Luis Gerardo Magaña

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