Pide Iglesia recuperar paz
En muchas ocasiones perdemos la paz de nuestra alma al momento de pecar ¿a quién no le sucede? Sin embargo el sentimiento de culpa nos puede llevar a experimentar remordimiento y angustias que tiene que ver poco o nada con el Dios misericordioso que creemos. Es por eso que te traemos 11 consejos para enfrentarnos como Dios manda a nuestros propios pecados.
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Busca la paz interior y rechaza la angustia complace al Señor
¿Qué es lo que más agrada a Dios? Cuando después de una caída nos descorazonamos y atormentamos, o cuando reaccionamos y le hablamos a él «Señor, te pido perdón, he pecado otra vez, ¡mira lo que soy capaz de hacer por mí mismo! Pero me abandono confiadamente en tu misericordia y en tu perdón y te doy gracias por no haberme permitido pecar aún más gravemente.
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Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Cristo
Nuestros pecados son un mal pretexto para alejarnos de Él, pues cuanto más pecadores somos, más necesitamos acercarnos al que dice: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13).
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Si me dejo tocar por el amor de Dios, mis faltas pueden convertirse en un manantial de misericordia con los demás.
Nuestras faltas pueden convertirse en un manantial de ternura y misericordia para con el prójimo. Yo, que caigo tan fácilmente ¿puedo permitirme juzgar a mi hermano? ¿Cómo no ser misericordioso con él como el Señor lo ha sido conmigo?
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La ansiedad y el desaliento que sentimos después de nuestras faltas raramente son sentimientos puros.
¡Frecuentemente nuestro dolor es el del orgullo herido! Este dolor excesivo es justamente la prueba de que confiábamos en nosotros mismos y en nuestras fuerzas, y no en Dios.
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Estar atentos a las armas del demonio: el desaliento.
Hemos de saber que una de las armas que el demonio suele emplear para impedir el camino de las almas hacia Dios consiste precisamente en hacerles perder la paz y llegar a desalentarlas a la vista de sus faltas.
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Dios es capaz de sacar frutos hasta de nuestras faltas.
La razón por la que la tristeza y el desaliento no son buenos radica en que no debemos tomar trágicamente nuestras propias faltas, pues Dios es capaz de sacar un bien de ellas.
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Evitar la ilusión de querer presentarnos ante el Señor sólo cuando estamos limpios y bellos.
¿Qué clase de naturaleza es la de esa pseudo-santidad a la que aspiramos, a veces inconscientemente, que nos haría prescindir de Dios? Por el contrario, la verdadera santidad consiste en reconocer siempre que dependemos exclusivamente de su misericordia.
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Después de la confesión no sigas preguntándote si Dios te ha perdonado
Eso significa querer preocuparos en vano y perder el tiempo; y en este procedimiento hay mucho orgullo e ilusión diabólica, que, a través de estas inquietudes del alma, trata de perjudicaros y atormentaros. Si has ofendido a Dios varias veces en un sólo día, no pierdas jamás la confianza en Él.
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Un alma en paz coopera mejor con el auxilio de Dios.
No conseguiremos liberarnos del pecado con nuestras propias fuerzas, eso solamente lo conseguirá la gracia de Dios. En lugar de rebelarnos contra nosotros mismos, será más eficaz que nos encontremos en paz para dejar actuar a Dios.
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Los humildes no se espantan de sus pecados.
Cuando la persona que se cree asentada en la virtud y desprecia las tentaciones llega a reconocer que es tan frágil y pecadora como las demás, se deja invadir por el disgusto y la desesperanza. En el caso de los humildes, que no presumen de ellos mismos, y solamente se apoyan en Dios, porque cuando caen, no se sorprenden, la luz de la verdad les hace ver que su caída es un efecto de su debilidad y su inconstancia.
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El color del verdadero arrepentimiento.
Necesitamos saber distinguir el auténtico arrepentimiento del falso, de remordimientos que nos conturban, nos desaniman y nos paralizan. Algunos provienen de nuestro orgullo o del demonio, y tenemos que aprender a discernirlos. Y la paz es un criterio esencial en el discernimiento del espíritu. Los sentimientos que inspira el Espíritu de Dios pueden ser poderosos y profundos, pero no por ello menos sosegados.