EL MUNDO

“Efecto Trump” puede favorecer un tsunami populista en Europa

PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- La victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos amenaza con favorecer las condiciones que pueden desencadenar un tsunami populista en Europa.

El primer test sobre las consecuencias que puede tener ese terremoto político en Europa será la elección presidencial francesa, prevista para el 23 de abril y 7 de mayo. Las encuestas, que en Francia son mucho más fiables que en Estados Unidos y Gran Bretaña, prevén que Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional (FN), se clasificaría para la segunda vuelta con 28 por ciento a 30 por ciento de votos. Pero nadie se atreve a pronosticar su resultado en el balotaje y -mucho menos- su eventual victoria electoral.

El comportamiento de una gran parte del electorado dependerá en gran medida del impacto que tenga en Francia el “efecto Trump”. El principal riesgo es que puede desacomplejar a una parte de la sociedad que -por diversos motivos y prejuicios- no se atrevía, hasta ahora, a votar a Le Pen, aunque compartía en silencio las posiciones xenófobas -a veces racistas- que predica el FN frente a la migración, el desasosiego frente a la globalización, el desclasamiento provocado por la crisis económica que estalló en 2008 y la incomprensión que muestran las élites políticas, sociales e intelectuales.

A esos fenómenos se añade el miedo a la islamización de Europa, percibido como un riesgo político (el terrorismo), y una amenaza para los valores de la civilización cristiana y al estilo de vida europeo”: “Polenta sí, cuscus no”, proclama una célebre consigna del movimiento racista italiano Liga del Norte.

Cualesquiera sean las singularidades de Estados Unidos y Europa, en ambas orillas del Atlántico la cólera se concentra sobre dos aspectos de la globalización: los flujos migratorios y las desigualdades de ingresos.

La gran demostración de ese fenómeno fue el referéndum sobre la salida británica de la Unión Europea (UE), en junio pasado, que presagió la tendencia demostrada por la elección norteamericana. Trump predijo que su elección sería “un Brexit a la potencia tres”. Es que, en definitiva, las placas tectónicas que sacudieron a la sociedad norteamericana -y que pasaron totalmente inadvertidas a los sismógrafos de los institutos de sondeo- son las mismas que estremecen a los países europeos cada día con mayor violencia.

Los discursos nacionalistas, xenófobos, antielites y antiglobalización que se escuchan en Europa se parecen como dos gotas de agua a los propósitos extravagantes que llevaron a Trump a la Casa Blanca. Ese fenómeno no está limitado a Francia o a Gran Bretaña, gran parte de electores votaron por el Brexit convencidos con los argumentos falsos que destilaba el partido eurófobo UKIP y la derecha conservadora, que los incitaba a “recuperar su país”.

En Alemania, la derecha populista Alternativa para Alemania (AfD), que transformó a la inmigración en su chivo expiatorio, avanza a pasos de gigante. Lo mismo sucede en Austria, Holanda, Italia y los países escandinavos. El primer ministro húngaro Viktor Orban y el presidente checo Milos Zeman provocan escalofríos a los líderes de la UE con sus discursos populistas, antiinmigración y hostiles a la globalización.

Todos esos dirigentes apoyaron al candidato Donald Trump y fueron los primeros en felicitarlo. Y, a pesar de sus diferencias, todos explotan una misma vulnerabilidad: el miedo de la gente a la pérdida de identidad y la cólera ante el ocaso económico.

El elector que se deja encantar por las sirenas del populismo es, en general, blanco y con escaso nivel de educación. Es desempleado o tiene un trabajo modesto, está convencido de que la élites lo engañan y que es imperativo encerrarse dentro de las fronteras nacionales para protegerse. Para él, la inmigración es el origen de todos los males. Esa idea engloba también el despojo de la propia identidad, amenazada por razas, religiones y culturas diferentes, llegadas por necesidades económicas o de la mano de la globalización.

“Esa mundialización es el enemigo común. Para ese elector, se trata de un invento creado por los ricos para controlar el mundo”, precisa Jeremy Shapiro, director de investigación en el European Council on Foreign Relations.

El problema es que esa transformación de la sociedad y la economía es planetaria e irreversible. El gran desafío de Occidente sería corregir el inconmensurable movimiento mundial de riquezas, que deja al borde del camino una parte cada vez mayor de la población. Pero se trata de una idea casi irrealizable: “Los partidos populistas prometen, sin embargo, un retorno que saben imposible y designan culpables que crispan a la gente”, advierte el politólogo Olivier Duhamel, profesor en Sciences-Po.

Según Gabriel Zucman, economista de Berkeley, los ingresos de 50 por ciento de los estadounidenses no progresó en términos reales desde hace décadas. Las mismas proporciones existen en Europa. No hacen falta otras estadísticas para medir el rencor que alimentan los ciudadanos occidentales contra las élites que los gobiernan.

Para luchar contra ese cáncer que corroe las entrañas mismas del edificio democrático occidental, advierte el célebre politólogo francés Pierre Rosanvalon, “los líderes políticos deberán buscar una legitimidad ejemplar”.

Hoy no hay muchos dirigentes dispuestos a seguir ese camino difícil y, sobre todo, impopular. La mayor parte de la clase política se limita a mirar el sismógrafo y a preguntarse “adónde será el próximo”.

Con información de www.elsoldemexico.com.mx

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