2020, año de la esperanza o el odio; tú decides
En los últimos años hemos visto distintos estilos de gobernantes y jefes de Estado en el mundo, la mayoría de las veces políticos que apelan al odio de las personas, y es así como acceden al máximo poder en sus Estados o países; el ejemplo más contundente es el del presidente Donald Trump en EUA, quien fundamentó su campaña y su Gobierno basado en el odio hacia los migrantes. Entendió los grupos de enfoque con latinos que ya son ciudadanos estadounidenses y pueden votar en contra de que sigan emigrando más mexicanos y latinoamericanos a ese país; del mismo modo, fomenta el odio entre sus votantes duros republicanos aumentando los derechos del uso de armas de fuego (my guns rights), impulsando los intereses económicos de la Asociación Nacional del Rifle (RNA) y grupos de sureños enajenados en Arizona, Nuevo México y Texas despectivamente conocimos como los red necks o los white trash estadounidenses con bajo nivel educativo que habitan en zonas rurales y con una formación altamente racista. Lo cual no es de extrañarse, dado que el propio presidente Trump ha sostenido ligas bien documentadas con grupos de “supremacía blanca racista” como el Ku Klux Klan (les recomiendo la serie de Netflix The family).
Este tipo de políticos buscan dividir y separar a sus pueblos entre buenos y malos (good citizens and bad citizens); ricos y pobres, “nacos y fresas”, apelan a las bases de menor nivel educativo para obtener su poder y extender su mandato engañándolos con falsas promesas de cambio y, en definitiva, son gobernantes de corte dictatorial que imponen su voluntad por encima, incluso, de las leyes. De nuevo, no es casualidad que Trump se encuentre hoy enfrentado un juicio político (impeachment) en el Senado en su país y en búsqueda de su reelección dentro de 10 meses en noviembre 2020. Es la política napoleónica de “estás conmigo o en mi contra; si estás conmigo, eres parte del pueblo bueno y, si no, entonces eres mi enemigo y eres un mal ciudadano”, justamente Bonaparte acuñó la frase “el Estado soy yo”; y esto se da tanto al interior de sus naciones como también en un afán de intervención e injerencia internacional en otros países.